Este mes he estado inquieto pues los asesinatos y agresiones a personas defensoras del medio ambiente no cesan en el país; los periódicos dan cuenta de tremendas inundaciones y/o temperaturas extremas a lo largo y ancho del orbe; y el famoso desarrollo sostenible es tristemente una idea que convoca a muy pocos. Para mí la cuestión se puede expresar de la siguiente forma: ¿deseamos seguir siendo parte del paradigma que genera violencia hacia los pueblos y hacia la Tierra o por el contrario deseamos ser parte de una transición que apuesta por el cuidado?

A pesar de las duras circunstancias que nos ha tocado vivir, estoy cierto de que el alba de una nueva época está cerca, y de que nuestras hijas e hijos habitarán territorios llenos de biodiversidad donde poder vivir en paz y con dignidad. Las luces de este nuevo día delinean el pacto medioambiental más importante de nuestros tiempos, el Acuerdo de París, donde los Estados del orbe se comprometieron en 2015 a caminar por un sendero que limite el aumento de la temperatura del planeta a 1.5 ºC. Sin embargo, mucho trabajo tenemos que hacer en nuestras casas, comunidades y países para que la noche termine máxime si consideramos que el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) ha señalado que llegaremos al 1.5 ºC, y por tanto a un punto de no retorno, entre 2030 y 2052.^[1]

Los pueblos indígenas y las comunidades equiparables, nos han enseñado en voz del EZLN y del Consejo Nacional Indígena, a auto-organizarnos y a no esperar a los gobiernos, en esta lógica y cultura de la participación activa y de la democracia participativa, deseo compartir con ustedes algunas ideas y resonancias aprendidas en los últimos tiempos para transitar hacia formas de vida cimentadas en la paz. En primer lugar hablemos y hagamos visible a las personas defensoras del ambiente, pues ellas son agentes democráticos que permiten discutir y deconstruir lo que los grupos dominantes asumen como progreso y lo correcto. Las defensoras, los defensores, con su trabajo, señalan las barbaridades que el sistema y sus operadores cometen en contra de los pueblos y el planeta, ellas y ellos, junto con sus comunidades, son los guardianes de la vida, de los bosques y selvas, de los ríos, lagos y mares, de los alimentos y de nuestras identidades culturales, entre otras cosas. Amén de ello, reconozcamos que los derechos de las mujeres están profundamente vinculados con la defensa del territorio y la tierra.

Las personas defensoras son un espejo donde nuestras sociedades se miran y se topan con su propia violencia; me parece claro que cuando se les agrede es porque se piensa que de esa forma sus resistencias y cuestionamientos no aparecerán más.^[2] Pero sabemos que no es así, el reflejo permanece y nos interpela con el cuestionamiento que hicimos al inicio: ¿consentimos expresa o tácitamente en ser parte del paradigma que genera violencia hacia los pueblos y hacia la Tierra?

La paz que deseamos, la paz que vendrá tiene su sustento en el reconocimiento del otro, la solidaridad, la pertinencia cultural, la pequeña escala y la participación activa de nuestras comunidades en los procesos de toma de decisiones. Entonces, la transición es posible cuando optamos por participar en el cuidado necesario de la Casa Común y ello nos convoca, nos obliga, a revisar nuestra cultura, nuestros hábitos y las formas como nos relacionamos con las personas y el ambiente. ¿Qué implicaciones tiene para los pueblos y la Tierra que compremos nuestros alimentos a la agroindustria? ¿Qué implicaciones tiene para nuestras culturas y el medio ambiente que todas, todos, usemos el mismo tipo de ropa?

La experiencia de las personas defensoras enseña que nadie se salva solo, la transición y el cuidado necesario es un tejido colectivo, requerimos de la comunidad, requerimos participar en el hacer comunidad. Si miramos a nuestro alrededor veremos múltiples ejemplos de experiencias colectivas que buscan caminar solidariamente por la transición que hemos delineado. En México, el cooperativismo ha sido una de las formas en que pueblos y comunidades han logrado a un tiempo apuntalar la construcción de un sueño común y la defensa de lo propio, pero hay más, mucho más, pues en el país se han diseñado y puesto en marcha multiplicidad de iniciativas, por ejemplo, las redes y colectivos se caracterizan por articular puntos alejados o disímbolos de un sistema; por construir procesos de formación autónomos; y por posibilitar diálogos multiactorales. El cooperativismo y las redes comparten que al centro tienen a la solidaridad como valor y que por lo mismo son capaces de generar otros tipos de economías, más allá de la del mercado.

Cada día surgen más y más redes y colectivos que optan por hacer ellos mismos el cambio que el gobierno y las empresas se niegan a realizar. Cada día vemos surgir nuevas iniciativas que apelan a otras formas de organización y de relación con la Tierra y las personas; vemos que surgen colectivos en defensa de la tierra y el territorio, y/o del espacio urbano, los mercados y tianguis agroecológicos, fondos de semillas y experiencias agroecológicas, centros ágiles, redes de economía solidaria, etc. Hay razones para tener esperanza.

En la región donde vivo el gallo tiene la importante tarea de avisarle a la noche que se vaya a dormir, para así dar paso al amanecer, me parece que la labor de las personas defensoras y la de las redes y colectivos es justo esta: que el nuevo día llegue. ¡Sumémonos!

Concluyo con un verso del son jarocho El Gallo:

Gallo, canta siempre,

con mucha porfía,

porque con tu canto

anuncias el día.

Colaboró María Isabel Noriega Armella.

^[1] Véase el informe del IPCC de 2018, disponible en https://www.ipcc.ch/sr15/chapter/spm/

^[2] Si usted desea conocer más sobre la situación que viven estas personas recomiendo consultar el último informe que el CEMDA publicó sobre el tema en marzo pasado, disponible en: http://miranoscemda.org.mx/