Esta imagen se me reveló hace ya unos años en un café de gusto argentino en la colonia Narvarte. Aquella tarde había pedido un fernet con cola; al tener frente a mi el vaso con los hielos, el brebaje y una soda de cola, me dispuse a verter el refresco y di el primer trago, de pronto, observo que de aquella superficie negra surgía un témpano que con un poco de imaginación podría ser el cono sur invertido, lo cual, estando yo en una café propiedad de una argentina y tomando un bebida italo-argentina, consideré una muy divertida coincidencia y asumiéndome hijo de la época, procedí a documentar tan gracioso hecho y lo subí a mis redes sociales, con el título “fósil”, entre likes y retweets la imagen vagaba en el ciberespacio.

            Pasó el tiempo y en el 2018 Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganaba las elecciones federales para ocupar la jefatura del poder ejecutivo, el político tabasqueño llevaba ya algún tiempo promoviendo un movimiento social llamado MORENA, el cual, tendría como relato la Cuarta Transformación, es decir, se declaraba heredero de las tras transformaciones políticas de este país, a saber: La Guerra de Independencia, la Guerra de Reforma y la Revolución Mexicana; en el logo de los documentos oficiales empezarían a aparecer en orden cronológico los bustos de Morelos, Hidalgo, Juárez sosteniendo el lábaro patrio, Madero y Cárdenas. A inicios del siguiente año, 2019, Veka Duncan me invitó a participar en un libro titulado “Cara o Cruz. Lázaro Cárdenas”, en el cual, la idea era contrarrestar el resurgimiento de una historia de bronce y poder ofrecer una lectura crítica de los personas históricos de la 4T; fue en este contexto que aquél témpano empezaba a tomar densidad histórica y así su potencia como imagen crítica.

            Durante el proceso de escritura hubo un momento en el que entré al tema de los hidrocarburos y si uno está trabajando en torno a la figura de Cárdenas, forzosamente tendrá que hablar de la expropiación petrolera. Llevaba ya algunas horas de trabajo frente a la pantalla y decidí tomarme un descanso para distraer la mente; estando navegando en mi muro de Facebook me aparece el recuerdo de aquél témpano al que había titulado “fósil” y allí como si de un maridaje entre Baco y Clío se tratara, brotó la imagen del “nacionalismo-fósil”, sin esperar un segundo más, volví al documento de trabajo y titulé el capitulo “Del petróleo como moneda de cambio al nacionalismo-fósil: La expropiación petrolera.”

            ¿Por qué nacionalismo-fósil?  El 18 de marzo de 1938 día en el que Lázaro Cárdenas anuncia el decreto de expropiación ha quedado en el imaginario colectivo como uno de los momentos de unidad nacional, en el que el orgullo del ser mexicano se vivió a flor de piel; recordemos las varias anécdotas en las que se nos cuentan que ciudadanos y ciudadanas de distintos estratos sociales  llevaron desde gallinas hasta joyas para colaborar con el gobierno de Tata Cárdenas a pagar la indemnización que por ley el Estado mexicano debía pagar a las empresas expropiadas, incluso, esta imagen regresó con una ya muy endeble fuerza en el marco de la discusión de la Reforma Energética, cuando en uno de los foros de discusión ocurridos en el Senado de la República, un grupo de senadores en oposición a la Reforma colocarán un afiche de Cárdenas tamaño natural y el audio del decreto de la expropiación y hoy, el gobierno de la Cuarta Transformación sigue apostando por este hidrocarburo con la construcción de la Refinería de Dos Bocas, en Tabasco.  El petróleo como significante de la identidad nacional, es decir, por mucho tiempo el orgullo de ser mexicano estaba aunado a la defensa de Petróleos Mexicanos, siendo la expropiación, su origen mítico y quien declarara a contrario sensu podía ser declarado más en un sentido moral que jurídico (si es que hay alguna diferencia) como antipatriota, en otras palabras, un compuesto orgánico de origen fósil devino el símbolo de la unidad nacional, de lo cual, se podría concluir que la misma identidad nacional es por definición osificada, fósil y por ende inamovible.

            En 1968, treinta años después de que el petróleo fuera declarado propiedad de la nación, surgía un sujeto que empezaría a cuestionar la identidad nacional, o por lo menos, la manera de concebirse mexicano, me refiero, pandémicos lectores, al joven, aquél “radical libre” cuya existencia, es propia del buen funcionamiento del organismo pero que en exceso podría llegar a ser dañina; fueron estos jóvenes sesentayocheros quienes desbordaron el cuerpo social  y pusieron en jaque a aquél “nacionalismo-fósil”; sea este escrito, ocasión para recordar lo que hace unos días Mariano Chávez escribió en su columna Jugar con la Historia, jugar con fuego: “El discurso del soberano demagogo tiene fecha de caducidad porque su intención es apropiarse del futuro desde la necedad (…)” y qué más necedad que querer osificar algo tan poroso como el devenir histórico.

Estrato del tiempo: La madrugada del 14 de Septiembre de 1968, cual augurio del desastre, serían linchados en el pueblo de San Miguel Canoa, Puebla, 5 trabajadores de la UAP: Julián González Báez, Miguel Flores Cruz, Jesús Carillo Sánchez, Ramón Gutiérrez Calvario y Roberto Rojano Aguirre, así también Lucas García habitante de Canoa y su primo Pedro García, al siguiente día, 15 de septiembre,  el Sol de Puebla publicaba el siguiente encabezado “Trataron de Izar una Bandera Rojo y Negro y fue la Consecuencia”.