A menudo tenemos que tomar decisiones, unas más trascendentes que otras sobre la orientación de nuestra vida, sobre nuestra salud o sobre una tarea concreta en el lugar de trabajo. Nuestras decisiones están sometidas a numerosas influencias, pero finalmente creemos que decidimos libremente y de forma razonada. Siento aguaros la fiesta, pero las investigaciones demuestran que mayoritariamente decidimos intuitivamente y que no debemos fiarnos sin más de nuestras intuiciones ya que en un gran número de ocasiones nos equivocamos.

La mayor parte de las veces no nos encontraremos en situaciones complicadas, pero algunas de esas ocasiones son trascendentes y ocurre un accidente, nos infectamos de un virus o perjudicamos a alguien si nuestra decisión va a afectar a terceras personas.

Las personas no somos tan buenas como creemos haciendo juicios ni mucho menos estimando probabilidades. Numerosos sesgos acechan nuestro pensamiento, sesgos de intuición, sesgos de estereotipos (efecto halo) sesgos del pensamiento intuitivo a la hora de asignar probabilidades a eventos como la disponibilidad (si conozco un caso reciente que me venga a la memoria le concederé más probabilidad de que ocurra) sesgos en la atribución de causas etc. Todo ello va a afectar a nuestra percepción de los riesgos que nos rodean.

Existe el riesgo objetivo, el de los datos, el que manejan los expertos y existe con independencia de las creencias que tengamos sobre el mismo. Existe el riesgo subjetivo, que depende de nuestra experiencia y conocimientos personales, de cada individuo; si el individuo cambia de creencias, su percepción del riesgo puede cambiar. Por último, está el riesgo intersubjetivo que existe en la conciencia subjetiva de la comunidad, de muchos individuos; si uno cambia sus creencias tiene poca importancia, pero si la mayoría de los individuos las cambian la percepción cambiará y su impacto puede ser grande, por lo que estará influyendo en la cultura de la colectividad.

Con frecuencia estamos seguros de nosotros mismos cuando nos equivocamos, por eso debemos valorar con nuestro sistema lógico las consecuencias no deseadas de equivocarnos cuando asumimos un riesgo y dichas consecuencias no deben ser mayores que los perjuicios cuando tomamos una decisión preventiva.

Esto aplica al uso de mascarillas, distancia interpersonal y lavado de manos para el caso de la Covid-19 pero también aplica para decidir seguir un procedimiento de seguridad en el trabajo o consumir menos plástico si con ello contribuimos a que no se degrade aún más el planeta.

El coste de no percibir el riesgo adecuadamente podría suponer el contagio del virus y las complicaciones de salud con sus secuelas, contagiarlo a personas vulnerables y quizá la muerte para ellos o la tuya propia. La molestia de las mascarillas o el cambio de hábitos en cuanto distancia social, admito que es una incomodidad, pero desde luego si adquiriendo este comportamiento cuido mi vida y la de los que me rodean parece evidente que todos salimos ganando.

Los procedimientos de seguridad, como las normas de tráfico, quizá nos las hayamos saltado en numerosas ocasiones y no tengamos evidencia cercana de un accidente, pero eso no hace que el riesgo sea menor, como no lo es en el caso del virus, porque a menudo no disponemos de los datos objetivos o lo que es peor nos creemos invulnerables. El riesgo sigue siendo el mismo tanto si ha habido consecuencia no deseada como si no.

En cuanto a los hábitos de consumo sostenible voy a daros un dato, una bolsa de plástico tarda 150 años en degradarse, una botella de PET 1.000 años en desaparecer. Quizá despreciemos nuestra contribución a mantener un planeta sano pero el riesgo de degradación del Planeta es real y se estima que lo habitamos 7.700 millones de personas. Si multiplicamos cada pequeña acción por el número de habitantes nos puede dar la verdadera magnitud del riesgo ecológico. Todo comportamiento cuenta.

Daniel Kahneman, autor de “Pensar rápido, pensar despacio” es un afamado psicólogo que recibió el premio Nobel de Economía por sus estudios relacionados con el tipo de pensamiento, los sesgos y cómo nos formamos los juicios intuitivos o lógicos. Para protegernos de nuestros fallos mentales cuando tenemos que valorar riesgos es conveniente poner el sistema intuitivo bajo la vigilancia del sistema lógico y usar la hipótesis más cauta, valorar las consecuencias de las equivocaciones. A veces no es cuestión de creer o no creer sino de que las consecuencias pueden ser irreversibles.

Sitúense ustedes en uno de estos grupos:

Entre los que NO creen que el virus sea tan dañino o entre los que SI creen que lo sea.

Entre quienes NO creen que saltarse un disco en rojo sea arriesgado o los que SI creen que supone un riesgo alto.

Entre los que NO creen en el cambio climático o los que SI creen que el cambio climático es una emergencia donde todos debemos actuar.

Y ahora aplique la regla de las posibles consecuencias.

Tome sus decisiones teniendo en cuenta los sesgos de juicio y cuánto podemos confiar en una intuición superficial y vaga. Los escenarios de situarse en uno u otro grupo varían de modo que percibir ajustadamente los riesgos, aunque conlleve molestias, supera en beneficios a situarse en los escenarios negacionistas. Que nuestras percepciones intuitivas y cómodas no nos lleven a cometer errores irrecuperables. Por seguridad y salud. Por mí y todos mis compañeros.