Hay que festejar el nacimiento de un nuevo medio periodístico que valora la libertad de expresión, la democracia y la diversidad. Para mí, la invitación a participar como fundador de este medio implica dedicar tiempo y trabajo a una reflexión ordenada sobre los problemas de México y –de ser posible— del mundo. Como cada generación, vivimos en el país tiempos muy diferentes del pasado, tal vez más complejos en este 2020 que acumula virus, crisis económica y cambios políticos profundos.
En años recientes tuve la suerte (y el gusto) de impartir un curso sobre México que intentó presentar un diagnóstico amplio, basado principalmente en la evolución de la economía desde las crisis de los años setenta y ochenta, y en el análisis de las políticas gubernamentales desde esas épocas, pero también en la revisión de los esfuerzos aparentemente inacabables para construir un sistema político lo más democrático posible a partir de un sistema autoritario.
Ahora hay que revisar a fondo el diagnóstico que ahí se presentaba, a la luz de los cambios y retos de los dos años recientes, sin que se vea claro en el horizonte hacía dónde se dirige el país.
Con todo, tengo claro algunos temas y preocupaciones:
En lo económico, estoy convencido de que México necesita crecer para atender sus múltiples necesidades. Desde mediados del Siglo XX los economistas latinoamericanos hablaban de desarrollismo: había gobiernos llamados desarrollistas que respondían así a las grandes necesidades sociales de sus países. Por muchas razones, ya no se usa ese término, pero habría que revivir uno similar y practicarlo, porque una economía estancada es un mal signo para un país con tantas desigualdades y que pronto alcanzará los 130 millones de habitantes.
En lo político, es de primera importancia reconocer los avances que se fueron generando con pasos a veces pequeños, a veces largos, para adoptar prácticas democráticas desde aquella reforma inicial impulsada por Don Jesús Reyes Heroles en los años setenta. La historia ha sido narrada principalmente en textos escritos por José Woldenberg (2012), Ma Amparo Casar (2010) y por Luis Carlos Ugalde (2017), entre otros.
En esos textos se narra cómo entre 1977 y 2014 hubo nada menos que once reformas electorales, ocho de ellas de largo alcance, abarcando cambios constitucionales y legales, y con objetivos cambiantes. Es posible discutir las fallas del proceso, los nuevos problemas que se generaron e incluso enlistar lo que falta por hacer. Pero no se pueden negar los resultados: la presencia activa de partidos de oposición en el Congreso Nacional, así como los congresos y gobiernos locales, la progresiva reducción del poder del partido dominante, y desde el 2000 la alternancia de tres distintos partidos en el Poder Ejecutivo. No hay que desarmar lo logrado, sino avanzar hacia mejoras institucionales y organizativas.
En lo ecológico, los retos del país son mayúsculos: destrucción de recursos naturales, contaminación del aire en las principales ciudades, deforestación de selvas tropicales y mal uso de bosques, sobre explotación de recursos pesqueros. Ya sea que se recuperen o no las tasas de crecimiento económico, se seguirá incrementando la presión demográfica sobre estos bienes naturales, y sobre los espacios urbanos. Alguna autoridad debe regular el proceso, a riesgo de destruir las riquezas naturales nacionales.
Muchos mexicanos crecen, viven y trabajan sin pensar en el cuidado del medio ambiente o en la conservación del agua. Mientras nadie los vigila, en ciudades y campo tiran basura en todos lados, mientras lagos, ríos y mares son contaminados con todo tipo de desechos. No puede ser. Sí es un tema educativo y cultural, pero sobre todo es un tema ineludible de políticas públicas.
Estas son, pues, algunas de las preocupaciones que me animan a participar en El Capitalino. Aquí nos vemos.
