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Sólo tenemos un año para construir el futuro

por | Ene 29, 2021

Por diversos motivos, todos derivados de la profunda crisis estructural que sufre nuestro país, este año será crucial para construir el futuro que queremos los mexicanos. Confluyen circunstancias muy dramáticas, las cuales fueron magnificadas por la pandemia de Covid-19 y sus secuelas, realidad que conviene atender en su verdadera dimensión, con objetividad y con un enfoque científico, ajeno a las truculencias que caracterizan al sistema político mexicano, y sobre todo a la codicia de las élites empresariales.

Mientras no se parta de este principio, poco podremos lograr con la perentoriedad que exigen los hechos que estamos viviendo, no sólo por los embates de Covid-19 sino por tantos problemas acumulados en las últimas cuatro décadas. Hemos constatado que en el primer tercio del sexenio se dieron pasos importantes para reducir las presiones sociales, pero no trascenderán si no se pasa al terreno de la verdad oculta detrás de los grandes intereses políticos y económicos, que son un freno hasta ahora inexpugnable.

Sobran ejemplos de ello, baste referirse en vía de ejemplo a dos de ellos. En el ámbito político, el rígido centralismo del poder, cuya continuidad acabaría siendo lo que tanto ha criticado el Presidente López Obrador: el inmovilismo del aparato gubernamental. Reiteradamente ha comparado al régimen, que supuestamente quiere cambiar, con un pesado y reumático paquidermo. Sin embargo, sigue siendo válido su ejemplo en tanto que las ataduras institucionales que atan a ese viejo elefante están intactas.

La pandemia, que no cede, vino a demostrar que, durante el primer año del nuevo Gobierno, valga el ejemplo, se sacó la basura (no toda) de debajo de la alfombra y luego se la colocó, ya sin la hediondez que emanaba de ella. Es lo que Lampedusa llamó “gatopardismo”, o sea un régimen que sólo hace cambios superficiales para que todo siga conforme a los intereses de las cúpulas. Es cierto, “la pandemia nos encontró con rezagos”, como afirmó el rector de la UNAM, Enrique Graue, singularmente terribles en materia de atención a la salud pública, pero se pudieron haber reducido sin la absurda austeridad que frenó toda posibilidad de enfrentar, con éxito, no sólo el flagelo sino el imperativo de sentar las bases del cambio verdadero.

En el campo económico y financiero, ni que decir tiene la preponderancia que tienen los barones del empresariado sobre los de la sociedad. Es verdad, se les obligó a negociar el pago de impuestos, incluso recurriendo a presiones judiciales, pero paralelamente lograron que sigan intocados los mecanismos que les permiten altas tasas de ganancias, enormes privilegios, plenas garantías de gobernabilidad, bajo la premisa mutua de fortalecer la simulación democrática.

Ahora, sin embargo, la última palabra ya no depende de unos y otros, sino del curso que siga la pandemia y sus efectos colaterales. No hay margen para un leve optimismo, es preciso señalarlo, porque no se trata sólo de un asunto de salud pública, sino de un cambio de paradigma del capitalismo mundial en su etapa más crítica y compleja, que en el pasado se superaba con guerras conforme a la gravedad de las contradicciones y los intereses en juego entre las potencias involucradas.

Este año, la pandemia será el equivalente a una conflagración bélica sin necesidad de cañones, no sólo por el número de muertos sino por el desfogue de las contradicciones entre los agentes económicos globales. Y como siempre ha sucedido, los más afectados serán los pueblos, en un escenario maltusiano en el que sobrevivirán los más aptos. Este factor de la aptitud será válido también para los gobiernos. Veremos caer a los que no sepan cómo lidiar con tantos problemas, viejos y nuevos. Lo único positivo es que los regímenes demagógicos serán rebasados, pues la realidad se impondrá por encima de subterfugios engañosos. No por presiones de los pueblos, sino por el imperativo de enfrentar los problemas con hechos concretos, el arma más eficaz para evitar una catástrofe mayor, semejante a un apocalipsis. El problema por resolver en los años venideros es cómo frenar la irracionalidad de quienes lo quieren todo o nada.

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