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En juego no solo el anacrónico bipartidismo

por | Nov 10, 2020

El guion escrito por Donald Trump se cumple sin salirse un ápice de la trama, el desenlace será en la Corte Suprema donde la juez recomendada por el magnate podría ser quien determine el final que buscó, “haiga sido como haiga sido”, aunque las consecuencias sean el comienzo de una era sin la máscara democrática con la que durante más de un siglo cubrió su rostro el perverso sistema político, gracias al cual Estados Unidos se convirtió en la principal potencia global, ahora en franca decadencia.

Las semanas siguientes el pueblo estadunidense vivirá una secuela de hechos demostrativos de la profunda división del país, que podrían derivar en una escalada de violencia en las calles como nunca antes se ha visto, no sólo por el aumento poblacional sino por el encono entre una amplia masa decepcionada por la ausencia de expectativas para el futuro, sin más asidero que un escapismo sin retorno por medio del consumo de estupefacientes y la idiotez sistemática; y la otra masa que a regañadientes acepta la realidad: Estados Unidos no volverá a tener la grandeza que logró después de la Segunda Guerra Mundial, lema demagógico de la campaña del republicano.

El común denominador entre ambos grandes grupos de población es el chovinismo, un sentimiento que los enajena por igual, aunque en quienes apoyan a Trump tenga tintes de violencia que, si se llegara a ese punto, los llevaría a la aceptación de confrontaciones directas con Rusia y China. Los otros aún conservan la esperanza de que la fortaleza del “mundo libre”, unidas con Washington las principales potencias europeas, sea un freno al escalamiento de una nueva guerra de alcances impredecibles.

De ahí que sea oportuno preguntar: ¿qué es lo que desean realmente quienes financian las guerras que mantienen el crecimiento exponencial de la economía de Estados Unidos y quién de los dos contendientes representa la mejor opción para sus intereses estratégicos?

Tanta vehemencia de Trump para llegar hasta la judicialización del proceso electoral deja ver que cuenta con apoyos muy firmes entre la selecta camarilla que mueve el inmenso aparato industrial tecnológico y científico occidental financiado por la banca globalizada por la familia Rothschild, actualmente enfrentados por el imperativo de tener que definir cuál de los dos grandes compartimentos hegemónicos es el que tiene mayor capacidad para enfrentar los retos del futuro, o cuál de ellos posee los medios para superar sin necesidad del otro un obstáculo inmediato como la pandemia de Covid-19. Esto es finalmente lo que determinará el rumbo de Estados Unidos en el próximo cuatrienio.

No es el bipartidismo anacrónico del imperio lo que está en juego, sino el futuro del sistema capitalista enfrentado a sus profundas contradicciones que llegaron a un punto de ruptura. Esto lo saben muy bien en China y en Rusia, de ahí que se mantengan a distancia del proceso electoral estadunidense, no obstante las acusaciones absurdas de que Vladimir Putin está detrás del magnate metido a político. Menos aún tienen asidero las acusaciones de que China es la causante de la propagación del virus que mantiene en vilo a la humanidad.

Las profundas contradicciones del capitalismo en su fase más deshumanizada y perversa, son las que tienen al sistema político estadunidense en tensiones inéditas, más que el riesgo de una guerra nuclear. En este sentido, para nuestro país los cambios que se den serán de forma, no de políticas públicas. Recuérdese que Barack Obama tiene el récord de indocumentados expulsados por las autoridades migratorias, sin aspavientos ni muros divisorios. La mentalidad imperialista del régimen estadunidense trasciende a sus gobernantes.

Para nuestro país, aunque Joe Biden resulte triunfador y a final de cuentas la Corte Suprema no cambie el veredicto del voto, la situación seguirá siendo la misma, incluso con más presiones reales que verbales, como fueron éstas últimas el sello durante el mandato del republicano con su modo desenfadado de hacer política.

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