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Curar las heridas, reto crucial de Biden

por | Ene 8, 2021

Con hechos inéditos que descubrieron la hipocresía y fragilidad de las instituciones de la autoproclamada principal democracia del mundo, quedó patente que Donald Trump estaba dispuesto a todo con tal de permanecer al frente del Gobierno. El último llamado desde la Casa Blanca, a que sus huestes evitaran el reconocimiento del triunfo del mandatario electo, Joe Biden, demostró no sólo su ego enfermizo sino una irresponsabilidad que puso en riesgo la vida de muchas personas y dejó en claro la descomposición de un sistema caduco, en crisis generalizada.

En los meses venideros, la principal preocupación del Presidente Biden será curar las heridas que dejó el intento de autogolpe de Estado del magnate que soñó convertirse en dictador, con el apoyo de millones de resentidos contra un sistema económico que no satisface sus aspiraciones supremacistas, mismas que han sido alentadas desde las más altas esferas del poder para contar con una masa que sirva de muro de contención a las presiones de las minorías sin ninguna o muy poca posibilidad de mejorar sus niveles de vida.

Tal escenario lo vivimos en el siglo pasado, con resultados funestos para la humanidad. En la actualidad es impensable su resiliencia porque no hay salida a la recomposición de un mundo devastado por una conflagración atómica. Esto no le importó al aún mandatario estadunidense, pero sí a los altos mandos de las fuerzas armadas, quienes finalmente no secundaron la insania mental del magnate inmobiliario. Esta es la principal lección que deja el absurdo comportamiento de Trump: no hay condiciones para que Estados Unidos se erija como el eje de un mundo que ante la globalización está haciendo resurgir los nacionalismos.

La disyuntiva que tiene Biden es la de curar las heridas que dejó su antecesor, no con cataplasmas sino con políticas públicas que incidan en el fortalecimiento de sus instituciones para ponerlas al servicio de una democracia verdadera, incluyente; o pretender cerrar el capítulo de la frivolidad en la Casa Blanca con medidas coercitivas, como así ha sucedido en el pasado, al mismo tiempo que se endurece la política exterior para tratar de crear un clima de unidad contra el “enemigo”. El problema para Biden es que ahora el enemigo está en el interior: la masa de pronazis y supremacistas que se han estado organizando desde la creación del fetiche terrorista el 11 de septiembre de 2001.

El futuro inmediato de Estados Unidos no es nada halagüeño, pues a las contradicciones inherentes a una economía presionada por las innovaciones científicas y tecnológicas, se suman las de una población polarizada y cada vez más dispuesta a imponer sus condiciones de clase y de origen étnico. El camino supuestamente más fácil para resolverlas era el que pretendía seguir Trump, o sea la dictadura sin cortapisas en el interior del país, y la imposición de “negociaciones” a sus aliados. Sin embargo, Biden no lo habrá de seguir porque tendrá que mantenerse en el límite de lo posible, por racionalidad política y necesidades estratégicas del imperio.

En consecuencia, vienen días muy sombríos para América Latina y particularmente para México, pues como traspatio del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe, crecerán las presiones a fin de frenar todo avance de reconstrucción social que pudiera verse en Washington como un intento de liberación nacional. Paradójicamente, con Trump este asunto no sería una prioridad por el imperativo de consolidar su poder internamente, con presiones cada vez más firmes de sus huestes neonazis frente a los políticos del sistema, cada vez más distanciados del magnate.

Esto lo tenía muy claro el presidente López Obrador, por eso su tardanza en reconocer el triunfo del demócrata. En lo sucesivo tendrá que lidiar con un mandatario dispuesto a seguir manteniendo la hegemonía regional del imperio. Esta realidad habrá de fortalecer políticamente al grupo encabezado por Marcelo Ebrard, pero en contrapartida se habrán de debilitar las posibilidades de una Cuarta Transformación como la anhelaba el pueblo que votó por el político tabasqueño. Aunque cabe el “consuelo” de que ni con Trump se habrían dado pasos en esa dirección.

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