Mucho es lo que hablamos o escribimos acerca de los impactos del cambio climático, pero generalmente vemos esos impactos muy lejos -por los tiempos que maneja la ciencia en sus escenarios- o muy distantes a nosotros.
Sin embargo, la pandemia de COVID-19 nos ha hecho un recordatorio muy severo a nivel mundial -y no se diga en México- de que lo que hacemos tiene repercusiones en el medio ambiente, y que el cambio climático viene a agudizarlas.
Independientemente de si fue un murciélago, un pangolín o cualquier otro animal el que transmitió el virus a los humanos, lo cierto es que nunca debimos acercarnos tanto a ellos. Pandemias anteriores nos lo habían advertido, pero no quisimos hacer caso. La situación más reciente fue con la influenza AH1N1 o influenza porcina y un poco más atrás, el VIH-SIDA, transmitida por monos.
El pasado fin de semana, hubo otro evento que debería hacernos reflexionar sobre lo que estamos haciendo: la Zona Metropolitana del Valle de México padeció la contaminación más grave de toda su historia por partículas menores a 10 micras (pm10), al llegar a 625 por metro cúbico, casi tres veces que el valor máximo registrado hasta antes.
Y sin embargo, las autoridades de la Comisión Ambiental Metropolitana decidieron no activar la contingencia ambiental porque en un promedio de 24 horas, la concentración no superó los valores máximos establecidos, que son de 215.
Ni siquiera se les ocurrió hacerlo por el principio de precaución, pues es conocido el impacto que tienen estas partículas en el agravamiento de enfermedades respiratorias, especialmente en la niñez y en los adultos mayores.
Esto nos lleva a considerar que una de las implicancias más inquietantes del cambio climático es su impacto potencialmente devastador sobre la salud humana.
Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece que «Un clima más cálido y más variable presenta la amenaza de que la concentración en el aire de algunos contaminantes resulte mayor, que aumente la transmisión de enfermedades a través del agua sucia y los alimentos contaminados, que se ponga en riesgo la producción agrícola en algunos de los países menos desarrollados, y que aumenten los peligros típicos de los climas extremos.»
Asimismo, predice que los cambios de temperatura fomentarán la propagación de enfermedades infecciosas, porque muchos de los virus y bacterias más letales son sumamente sensibles al clima, es decir a la temperatura y las precipitaciones, como el cólera y las enfermedades diarreicas, el paludismo, el dengue, y otras infecciones transmitidas por vectores.
El cambio climático amenaza con detener por completo o revertir el avance logrado por la comunidad mundial de salud pública para luchar contra muchas de estas enfermedades, además de aumentar los eventos climáticos extremos como inundaciones y sequías, que también tendrán un efecto devastador sobre la salud, especialmente en personas que viven en comunidades costeras.
Y si bien el cambio climático afectará a todos, la OMS advierte que los efectos serán más nefastos para algunos que para otros. “Los efectos sobre la salud serán desproporcionadamente mayores en las poblaciones vulnerables», en las que incluye a los más jóvenes, a los adultos mayores y a quienes ya tienen comprometida la salud.
¿Qué debe hacerse? Contrario a lo que ha hecho México en los últimos años, los sistemas de salud pública deben fortalecerse para que desempeñen un papel principal para ayudar a las sociedades a adaptarse a los efectos del cambio climático y a mitigar los riesgos que representan para la salud humana.
La OMS ha llamado a fortalecer los sistemas de salud pública, los programas de respuesta a emergencias y la investigación en todo el mundo, entre otras medidas.
Asimismo, por medio de la investigación, este sector puede tener un rol fundamental para mitigar los efectos del cambio climático global mediante la instrumentación de medidas para limitar su propia y marcada huella de carbono.
