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Actividades que cambian al cerebro para siempre

por | Abr 12, 2022

Ahora destinar un tiempo a los videojuegos de acción tiene una buena excusa: desarrolla la atención selectiva espacial, la cual implica una mejora en la capacidad de ignorar información no tan relevante.


A través de las técnicas más avanzadas de neuroimagen, la ciencia ha descubierto que existen algunas actividades o hábitos que cambian, aumentan, reducen o alteran el tamaño o la bioquímica del órgano humano más importante: el cerebro.

Una de ellas es dormir mal, pues si descansas poco o mal tu cerebro se encoge a un ritmo veloz, conclusión radical a la que Charles E. Sexton y sus colegas de la Universidad de Oxford en Reino Unido llegaron el año pasado, después de analizar con resonancia magnética la relación entre tener un mal sueño y el volumen del seso. Los resultados de esta investigación, publicados en Neurology, reflejan las áreas que afecta esta práctica, como los lóbulos temporales, parietales y frontal, donde confluyen el lenguaje, el tacto, el equilibrio, la capacidad del cálculo matemático y la toma de decisiones.

Asimismo, la neurociencia ha demostrado que el escritor argentino Jorge Luis Borges al decir «uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído», es cierto a nivel cerebral, pues ciertas estructuras de este órgano como el lóbulo temporal izquierdo vinculado al lenguaje y las de su surco central relacionado con las sensaciones físicas motoras, se transforman cuando leemos novelas de ficción como Pompeya de Robert Harris, las obras de Franz Kafka y de otros escritores surrealistas de acuerdo con un estudio de la revista Brain Connectivity y Psychological Science, creando en el cerebro patrones que hacen más inteligente a una persona.

Ahora destinar un tiempo a los videojuegos de acción tiene una buena excusa: desarrolla la atención selectiva espacial, la cual implica una mejora en la capacidad de ignorar información no tan relevante. Este hallazgo proviene de un experimento realizado por Ian Spence y sus compañeros de la Universidad de Toronto en Canadá. Bastan diez horas frente a los desafíos de Call of Duty o Medal of Honor para que la actividad eléctrica cerebral se modifique.

La demostración más poderosa de que después de meditar con atención plena, el cerebro ya no es el mismo, la presentó Sara Lazar en 2011, investigadora del Hospital General de Massachusetts en Estados Unidos, escaneando la cabeza de 16 pacientes mediante resonancia magnética para demostrar que bastan ocho semanas de practicar media hora de mindfulness al día para disminuir la densidad de materia gris en la amígdala, estructura con forma de almendra responsable de la ansiedad y el estrés, y una elevación de ésta misma en el hipocampo, un área con forma de caballito de mar asociada al aprendizaje, la autoconciencia, la compasión y la introspección.

El efecto que tiene el deporte en los músculos siempre ha sido lo primero que salta a la vista, pero no así sobre su impacto en el cerebro. Como se puede leer en un estudio en Archives of General Psychiatry, pedalear durante 30 minutos tres veces por semana en una bicicleta estática, a lo largo de tres meses, basta para que el tamaño del hipocampo aumente entre un 12 y un 16% aportando a la mejora de la memoria. Esto se debe a que después de ejercitarse, crecen los niveles de Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro (BDNF), una molécula importante para la resistencia de las neuronas y el aprendizaje.

El dolor crónico también provoca alteraciones trascendentales en las conexiones neuronales de la zona de la corteza frontal encargada de la gestión de las emociones, por muy bien que un enfermo afronte el sufrimiento físico permanente, ya que éstas se trastornan o incluso mueren por no soportar la falta de descanso, cambiando y dañando para siempre al cerebro generando trastornos del sueño y dificultades en la toma de decisiones.

«Si sientes dolor veinticuatro horas al día, siete días a la semana, hay áreas de tu cerebro que se mantienen constantemente activas».

Dante Chialvo, fisiólogo de la Universidad Northwestern

Por otra parte, al aprender nuevas cosas, la consecuencia más inmediata es que la delta-catenina, una proteína situada entre las neuronas, se une a un ácido graso para extender el almacenamiento de nuestra memoria, además de que la estructura cerebral se reconfigura. Aprender un nuevo idioma, por ejemplo, incita a que el cerebro crezca en tamaño por el aumento de materia gris en zonas relacionadas con el lenguaje. De hecho, una investigación neurocientífica desveló que cuando los taxistas londinenses memorizan las rutas de su ciudad, su hipocampo se hace mucho más grande que el común, donde se guarda la representación espacial del exterior.

Finalmente, adquirir la habilidad de ejecutar malabarismos no sólo se trata de diversión, sino de cambios a cualquier edad en la materia gris y blanca del cerebro, ésta última responsable de fibras nerviosas que comunican señales eléctricas entre neuronas. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Oxford liderado por Johansens-Berg y sus colegas, se comprobó que tras seis semanas de practicar con bolas de malabares durante 30 minutos diarios, se dieron cambios visibles en partes cerebrales donde se hallan la visión periférica.

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DH

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