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La política de la percepción

por | Dic 1, 2022

Lo que empezó como un acto de protesta ante la percepción del intento de captura del INE por los intereses del presidente de la República, se ha convertido en una escalada política que revela dos corrientes opuestas de pensamiento al interior de la sociedad mexicana.

Por un lado están quienes observan en el devenir diario de Andrés Manuel López Obrador una serie de agravios y provocaciones indignas de la investidura presidencial. Las casi tres semanas de constante referencia en la conferencia mañanera sobre la “marcha fifí” y como resulta indigno defender al INE han generado la interpretación de que la marcha oficialista del 27/nov revela una acción política reactiva. Lo que por extensión sería una derrota simbólica porque implica un error de cálculo: los 30 millones de votos obtenidos en 2018 ya no están ahí. Es decir, hay desencantados del actual régimen y eso pone en entre dicho una eventual victoria electoral de MORENA en 2024.

Por el otro, se hace hincapié en que “el movimiento” está mucho más allá de cualquier cálculo electoral de mediano plazo. La marcha oficialista, si bien se reconocen algunas prácticas del pasado que se condenan, también implica la existencia de un movimiento “real”, con la vitalidad que sólo una base ciudadana verdaderamente convencida puede encarnar. Por lo demás un “movimiento” que salió a “defender” a su líder de lo que perciben como “ataques incesantes de la derecha”.

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Curiosamente, hay terreno en común entre estas posturas extremas: la descalificación del otro. Unos por “fifís”, “blancos” y “privilegiados”; los otros por “borregos”, “acarreados” e “ignorantes”. Lo que une estas percepciones de la realidad política es su fundamento de intolerancia, nacida de la frustración.

En ambos bandos la frustración de expectativas está detrás los señalamientos. El problema no es salir a marchar y manifestarse, puesto que se tratan de libertades constitucionales. El conflicto radica en la exigencia y necesidad de “tener la razón”. Un juego peligroso cuando son tantos los millones de personas de todas las edades que diariamente discuten en privado y en público, vía las redes sociales, sobre quién debe imperar sobre el otro.

¿De dónde sale, en primera instancia, esa frustración? Quizás sea como le responde Carlo Bordoni a Zygmunt Bauman en su libro Estado de crisis: “La separación entre poder y política  es una de las razones que explican la incapacidad del Estado para tomar decisiones apropiadas…el efecto paralizante que se deriva de contar con un sistema político (representativo del pueblo y, por consiguiente, democrático) en el ámbito local, reducido a labores de administración rutinaria, incapaz de afrontar y resolver los problemas que el poder global (sin representatividad política y, por lo tanto, antidemocrático en su esencia) impone con una frecuencia cada vez mayor”.

Es decir, lo que desde las mañaneras ha sido empacado como mensaje en contra de la corrupción en realidad es una lucha contra procesos económicos impersonales. ¿Lo duda? ¿Cómo explicar entonces la presencia de Francisco Cervantes Díaz, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, cumbre del capital nacional, de la extrema derecha, en la plancha del Zócalo para saludar de mano al presidente López Obrador?

La frustración de la que abreva la necesidad de “tener la razón” no es, ni por asomo, exclusiva de México. Por el contrario, es un padecimiento social que habla mucho sobre la integración de nuestro país en el ámbito de las naciones desarrolladas. O paradoja, compartimos los problemas de las democracias avanzadas, sin los niveles vida asociados a ellas.

Polarización es el nombre que desde la academia se le endilga a esta cuestión de un creciente alejamiento discursivo del terreno común. Una sociedad polarizada es precisamente ahí en donde el espacio para el acuerdo se reduce. ¿Cómo resolver los problemas si dialogar con el de enfrente es visto, y tratado, como traición? Porque la tendencia política que dejan entrever las marchas es la necesidad de creer. Sea creer que estamos en la antesala de una tiranía, o por el contrario, que el camino a la tierra prometida está obstaculizada por los infieles. Estamos a un paso del fanatismo.

Esto implica un problema político serio porque ante el fracaso o imposibilidad del diálogo y la negociación el camino se abre para la violencia. Y ese es un lugar en donde como sociedad mexicana no queremos ver llegar.

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