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LO COMÚN

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo

Ernesto Castillo, Licenciado y maestro en Filosofía con mención honorífica por la UNAM. Es especialista en Filosofía contemporánea.

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Oniomanía, o la ansiedad capitalizada

Una vez que se anunció una “nueva normalidad” a partir del primero de junio, las plazas comerciales se vieron llenas de enormes filas de gente ansiosa por ir a comprar. Este 18 de diciembre, tras el anuncio de un próximo cierre de actividades “no esenciales”, de nuevo las plazas y tiendas de ropa fueron abarrotadas, como si abandonaran el país y estuvieran rematando todo…

¡Qué paradoja!: mientras vivimos uno de los años más depauperantes y con pérdidas irreversibles, más buscamos adquirir productos a favor de nuestra apariencia. Que sea paradójico no quiere decir que sea contradictorio ni mucho menos inverosímil; en realidad, se trata del anverso y reverso de una misma moneda. Veamos:

Sin ser reconocida oficialmente como una enfermedad, psiquiatras y psicólogos reconocen actualmente un conjunto de síntomas que engloban con el nombre de oniomanía, que es la necesidad de comprar como respuesta inmediata y efímera a episodios de ansiedad. Es frecuente que la persona mantenga por todo el día pensamientos insistentes sobre la necesidad de comprar algo que no es apremiante (suéter, perfume, playera, etc.), hasta que cede a su exigencia. Una vez que el sujeto compra, siente una alegría desbordada (euforia) como si ya hubiera restaurado una falta. Pero poco tiempo después (días), lo comprado forma parte de una pila de objetos que antes ya estaban; es común que quede almacenado o usado esporádicamente.

Otro síntoma es el sentimiento de culpa. Cuando la euforia pasa, y de momento no hay otro objeto en qué depositar expectativas, el sujeto siente culpa por haber adquirido una nueva deuda, o tal vez por haber gastado el resto de la quincena. Las características de este complejo sintomal son parecidas a las del juego compulsivo, en donde también hay una expectativa repetida de que lo próximo por venir –una partida, un producto– “lo resuelva todo”.

Un producto de mercado nunca obedece a una mera necesidad “natural”. Toda mercancía es una promesa de cubrir una falta, una carencia. Cuando compro un objeto, pago por la promesa de que genere una impresión o imagen en los demás, aunque “los demás” sean espectadores hipotéticos que nunca están ahí presentes. Esto lo saben bien los mercadotécnicos: comprar un producto es elegir “un modo de vida”. Me imagino siendo tratado o visto de cierta manera al usar un producto. Esta es la falta que intenta cubrir el objeto, y en ese sentido promete tranquilidad. El comprador compulsivo es consciente de la incertidumbre de su entorno, del trato de los demás hacia él, pero al no poder ver más allá, intenta redimirla obteniendo el objeto “adecuado”. Esto explica que alguien pueda tener decenas de pares de zapatos y nunca sea suficiente.

En este año encaramos colectivamente la incertidumbre y la pérdida de diferentes rubros de nuestra vida. Es sabido que los trastornos del ánimo tuvieron un aumento. Al sentir zozobra, ansiedad, tristeza o depresión, nuestro recurso a la mano fue el que ha imperado en la vida contemporánea: el del mercado, el comprar por nuestra aparente tranquilidad e imagen. El error de tal recurso es evidente hasta para el propio comprador compulsivo, aunque para descubrirlo haya tenido que sucumbir a la desesperación de los pensamientos recurrentes por comprar. Queda preguntarnos por los recursos con los que iniciaremos otro año cargado con las mismas condiciones con el que cerramos el presente; queda preguntarnos si nos atreveremos a no ceder a las falsas promesas que nos han traído hasta aquí.

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