Hoy más que en cualquier otra etapa de la pandemia se invoca la empatía. Por doquier se exhorta a ser empáticos primeramente con el heroico personal sanitario, las personas de alto riesgo y finalmente la población en general. Esta demanda, sobre todo, se lleva a cabo en las redes sociales después de que ha sido compartido un video sobre la celebración de alguna fiesta –ahora llamadas “clandestinas”– o la concentración masiva en actividades “no esenciales”.
¿Y qué pasaría si descubriéramos que parte del problema actual consiste en esto, en pedir empatía, en invocarla como parte de la solución? La definición a la mano de empatía es la de la capacidad de entender los sentimientos del otro, de “ponernos en su lugar”. ¿Qué presupone esta definición? Alguien que necesita hacer un ejercicio de imaginación para entender la posición –sobre todo difícil– de otra persona, implícitamente está en un umbral diferente, en una condición más favorable que su prójimo. La empatía presupone una brecha radical de circunstancias entre al menos dos personas. Esto parece ser en lo que piensan quienes hacen un llamado a ser empáticos con el personal sanitario, por ejemplo.
El problema no está en la empatía misma (que sin duda es encomiable), sino en presuponer que quien debe ser empático goza de una mejor posición. Al pedir ser empáticos con los demás estamos invisibilizando que todos estamos en el mismo barco; implícitamente nos percibimos como agentes atomizados, por lo cual necesitaríamos un acto empático con el de al lado. ¿No es justo este presupuesto el que nos lleva a explicar las mil y una acciones que son realizadas ignorando las consecuencias que tendrán en los demás? Tanto en arrojar una colilla en la vía pública como en arrojar desechos tóxicos al océano nos encontramos con la idea de que lo único importante es lo que cada quien haga por y para sí mismo, que hay una distancia suficiente para las consecuencias de lo que hacemos no nos afecten como boomerang. De aquí que, en un segundo momento, haya que empatizar. Con estos ejemplos ecológicos nos la veremos más seguido en los próximos años, basta recordar que desde el 2011, científicos han descubierto que con el deshielo de permafrost diversos virus y bacterias desconocidos están volviendo al océano tras estar congelados por miles de años. La consecuencia del deshielo es, sin duda, el calentamiento global.
Una lección que aprendemos cuando revisamos los acontecimientos de la historia de la humanidad es que éstos se generan a base de la fuerza, nunca por el mero ejercicio dialógico de la razón y el conocimiento empírico, ni tampoco por ser el resultado de una elección cómoda en donde no esté en juego la sobrevivencia de un pueblo o toda la humanidad. Cuando se realiza un acontecimiento, retroactivamente entendemos que no era posible obrar de otra manera, que era necesario.
¿Hoy en día nos encontramos en una condición similar, en donde ya no podremos seguir reproduciendo los viejos criterios? ¿Nos veremos impelidos a dejar de exigir empatía a cambio de nuevas maneras de convivencia? Y si sí, ¿qué nombre tendrá esa nueva forma de vida?
