Después de algo de espera, la decimoquinta y última película del Universo extendido de DC por fin llega a carteleras, en medio de paternidad, la responsabilidad de un rey, enemigos y el amor por la familia, y aunque todo suena bien, el resultado es más bien mediocre, esto es Aquaman y el reino perdido.
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Arthur se halla fascinado con su reciente paternidad y por otro lado, en la piel de Aquaman, debe de sopesar los conflictos, reuniones y asuntos que sólo un Rey puede solucionar en Atlantis. Paralelo a ello, Black Manta, con sus ganas de venganza, resurge y para ello ejerce el poder del mítico Tridente Negro, que desata una fuerza antigua y malévola. Para derrotarlo, Aquaman recurre a Orm, su hermano encarcelado, para forjar una alianza improbable y con ello una situación que puede desembocar la guerra. Juntos, deben dejar de lado sus diferencias para proteger su reino y salvar a la familia de Aquaman, y al mundo, de una destrucción irreversible.
Grosso modo esta es la esencia de esta secuela que recae en muchos reliefs cómicos y se sostiene gracias al carisma de Jason Momoa, pues el guion es bastante previsible, cayendo en una serie de clichés y carece de un factor sorpresa.
El desarrollo de la trama y de las aventuras se hace tedioso y cansado, hasta llegar a peleas con buenas coreografías, y con un CGI decoroso, pero para nada magnánimos. Si bien es cierto se cuenta con un reparto decoroso como la ganadora del Oscar, Nicole Kidman, el otrora He-man de los 80, Dulph Lundgreen y la exesposa de Johnny Depp, Amber Heard, sus apariciones son un poco deslucidas y no adhieren mucho sabor a la trama, lo cual se traduce a todo un desperdicio.
A resumidas cuentas, es una cinta de superhéroes del montón, con un mensaje de unión familiar y de paz mundial, pero a final de cuentas un entretenimiento básico sostenido por el carisma del protagonista.
