La honestidad desbordada en medio de metáforas visuales
Por: Adrián Ruíz
Después de haber ganado cuatro premios Oscar, de ser un referente del cine a nivel mundial, de obtener lo que muchos consideran éxito y después de probarlo, de hacer buches con él y escupirlo, El Negro, a más de veinte años de no filmar en suelo azteca, regresa con ‘Bardo, una falsa crónica sobre ciertas verdades’.
Con una propuesta, que llega a cine durante siete semanas con una duración de 160 minutos, Iñárritu se cimienta en las ideas y se aleja de la lógica, teje una especie de meta ficción a través de Silverio, un periodista que enfrenta dos homenajes, uno en México y otro en Estados Unidos, en donde vive como migrante de primer mundo. En medio de estos eventos, el protagonista enfrenta temas como el éxito, la paternidad, la discriminación, la confrontación con uno mismo, la migración, el paso del tiempo, el existencialismo, las personas desaparecidas y otras aristas más, que conforman este trabajo, algunas de ellas sin profundizar pero el cineasta pone el debate sobre la mesa e incluso se llega a burlar de él mismo.
Iñárritu, visual y técnicamente, vuelve a demostrar oficio, en medio de escenas y secuencias fotografiadas en rojo, tal vez con connotación de pasión y poder. También destacan aquellas donde hay coreografías, movimientos de cámara y efectos que ayudan a enfatizar las metáforas visuales, en función de las ideas que el cineasta plasma en su cinta.
Un reto para el espectador es lo forjado en ‘Bardo…’, pues además de las ideas mencionadas con anterioridad, también hay un mosaico de diferentes capítulos en la historia de México y su postura como artista de las mismas, en las que se exponen ciertas hipótesis cruciales para poder entender, o tratar de entender, el México contemporáneo en el que se vive. Y lejos de tener la verdad, o querer imponer el también guionista se burla de sí mismo y de lo que podría ser un doble discurso.
Daniel Giménez Cacho consigue con aplomo y sin caer en los excesos el encarnar al alter ego de Iñárritu, demostrando por qué es el único actor mexicano, aunque sabemos que nació en España, que puede presumir el haber trabajado con Cuarón, Del Toro y ahora González Iñárritu.
Honesta, pero a ratos excesiva, engolosinada y referenciándose a él mismo, Iñárritu presenta una experiencia que debe ser vista en la pantalla grande.
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