Por Fernando Pescador Guzmán
Entre los puntos que llamaron la atención, estuvieron los siguientes: Se observó un Donald Trump mucho más disciplinado y tradicional lo cual resultó muy efectivo ya que le dio un “áurea presidencial”, lo cual no ha sido frecuente con él. Su crítica a Joe Biden de que “lleva 50 años en Washington y ocho en la casa Blanca y nunca hizo nada de lo que ahora propone” sin duda es una observación mordaz que refleja el sentimiento mayoritario en EU sobre la desconexión de la clase política con los problemas de la gente. Trump no dejó pasar la oportunidad de golpear a su contrincante demócrata sobre el tema de su hijo Hunter Biden, quién en años recientes, tuvo relación con industrias proveedoras del sector militar de Beijing, así como de la presunta corrupción que se le atribuye en Ucrania e Irak.
Biden por su parte apareció demasiado oscuro al referir el saldo creciente de las víctimas de Covid-19, que se acerca al cuarto de millón. La referencia podría ser contraproducente ante el tradicional optimismo norteamericano. Sin embargo, el demócrata visibilizó de forma eficaz el racismo estadounidense al referir que él nunca tuvo que explicarles a sus hijos como comportarse ante un policía para evitar ser baleados, algo que sí tienen que hacer los padres afroamericanos con los suyos. Su golpe más fuerte a Trump fue al cuestionarle “que le dices a todos aquellos que no votaron por ti”, ante el silencio del presidente en turno.
El debate fue más ágil y menos bronco lo cual le pareció positivo a los analistas norteamericanos quienes en general elogiaron la labor de la moderadora, la periodista de televisión Kirsten Welker, descendiente de nativos y afroamericanos, ya que soportó la presión de un Donald Trump siempre dominante y un Joe Biden que sabía era su última oportunidad de posicionarse.
