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Alberto Baillères: la paradoja de coincidir con AMLO

por | Feb 4, 2022

Fotografía: Presidencia de la República

¿Qué se necesita para que un presidente que desde el inicio de su administración se ha mostrado hostil frente a la clase económica empresarial, repentinamente se decante y reconozca de manera pública el legado de uno de los hombres más ricos de México? ¿Qué se necesita para que un ex presidente, ampliamente reconocido por su frivolidad y excesos, salga de su autoexilio y haga lo mismo?

En un mundo tecnologizado en el que un buen número de las grandes fortunas se localizan en Silicon Valley, prestarle atención a un empresario que incursionó en nichos de mercado que podrían ser calificados de tradicionales luce, si no como un despropósito, sí como algo pasado de moda. Justamente eso, o algo así, fue lo que hizo Alberto Bailléres González, ex presidente de Grupo Bal, a lo largo de su vida.

Hijo de Raúl Bailléres Chávez, un empresario nacido en Silao, Guanajuato, a finales del siglo XIX, y que fue uno de los artífices del llamado “Milagro mexicano”, un modelo económico postrevolucionario que se mantuvo vigente entre 1940 y 1970, Baillères hijo atestiguó desde su infancia el crecimiento de una sociedad y un país que transitó por los traumas de una revolución, y que si bien es cierto que parecía marchar en la dirección correcta, también lo es que lo hacía renqueando.

Más allá de ser el heredero y más tarde administrador de la fortuna creada por su padre, muy pronto Baillères hijo mostró iniciativa y participó, por ejemplo, en la compra del paquete mayoritario de acciones de El Palacio de Hierro, la cadena de tiendas departamentales que hasta ese momento (principios de la década de 1960) estaba en manos de capital extranjero.

Si bien para entonces la empresa familiar ya estaba compuesta de diferentes negocios, Baillères entendió que la diversificación no sólo sería buena para el grupo, sino también para el país. De ese modo se fue conformando Grupo Bal, un conglomerado con intereses en los sectores minero-metalúrgico, comercial, de seguros, administración de pensiones, educativo, médico y bursátil, entre otros.

Pero al mismo tiempo que la fortuna personal y sus empresas crecían, ya con él al frente de todos los negocios, Baillères no perdió de vista que a contracorriente de tanto desarrollo, el país seguía renqueando. Y en el tramo final de su vida lo reconoció abiertamente.

En ocasión de la entrega de la medalla Belisario Domínguez que le fue entregada por el Senado de la nación el 12 de noviembre de 2015, Baillères señaló: “Así, este reconocimiento, que recibo con una emoción indescriptible, lo comparto con muchos empresarios que han servido fiel y eficazmente a México, que han participado con otros actores en la construcción de una economía moderna que sustenta el nivel de vida alcanzado por nuestra sociedad. No obstante, si bien estos logros son invaluables, reconozco, con pesar, que aún son inferiores a nuestras aspiraciones y que no han alcanzado a muchos de nuestros compatriotas, con quienes tenemos una deuda inaplazable e ineludible que, estoy seguro, podremos saldar en un futuro cercano”.

En ese momento era presidente de México Enrique Peña Nieto, el frívolo que salió ayer de su ostracismo para reconocer su vida y lamentar su muerte, y Andrés Manuel López Obrador, el presidente que ha enfrentado a la clase empresarial como nunca ningún otro, ya comenzaba a emplazar sus baterías para contender nuevamente por la presidencia de la República.

López Obrador conocía a Baillères de tiempo atrás, cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, y a decir del actual presidente mantuvo un diálogo frecuente con él a lo largo de los años: “No siempre coincidíamos, pero durante todo el tiempo siempre mantuvimos una relación de respeto”, declaró a propósito de su muerte.

Pero las veces que coincidían, parecían parecerse, aunque estuvieran en las antípodas el uno del otro, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo.

“Sin embargo, don Belisario (Domínguez) nos haría un enérgico reclamo por todas las carencias e injusticias lacerantes que aún aquejan a la nación, entre otras, la pobreza, la violencia, la corrupción y la debilidad del Estado de derecho”. No, no son palabras de López Obrador, corresponden a Baillères, quien las pronunció durante el discurso de aceptación de la medalla Belisario Domínguez.

Con su muerte, Alberto Baillères González no sólo deja una fortuna valuada en más de 10,000 millones de dolares, sino también la paradoja de ser visto y considerado como un hombre justo por el hombre que en México más desprecio siente por los empresarios.

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