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Wagner, 208 años del nacimiento del genio

por | May 22, 2021

Escribir sobre el maestro Richard Wagner no es tarea sencilla. Regimientos de entusiastas y detractores han argumentado y coloreado su matiz iconoclasta, filosófico, poético, simbólico y recorrido su maestría músical innovadora en un intento por desvelar la totalidad del genio. Hablar de Wagner es un clavado a los pantanos de tinta del que casi nunca se sale bien librado. Escuchar a Wagner es elegir con cautela, cuál Ulises a las sirenas con un sentido crítico e integral del hombre y su arte (como recomienda Bernard Shaw) o por el contrario intoxicarse de los pasajes infinitos «de Tristán, del Anillo, del Holandés»… sucumbiendo a sus profundidades.

Wagner. Autor: Alejandro Katsumi Lemus

Uno de los personajes de la historia más controversiales y cismático de opiniones, carga una de las cruces más pesadas en su espalda: la vinculación con el nazismo, que suele ser una relación atemporal y compleja de la que Woody Allen nos regalaría una frase con su peculiar tono «después de escuchar a Wagner durante media hora, me entran ganas de invadir Polonia».

Sus formas musicales que se engendran unas dentro de otras, las secuencias musicales que no terminan de desarrollarse como si nos dejara al filo de un precipicio, infinitas prácticamente. Sus leitmotivs reptilescos, gigantescos -literalmente en Fassolt y Fafner- retratos sonoros. El Drama, la Totalidad son solo una invitación para conocer y reconocer la obra musical de un genio que cambió el lenguaje musical. Elegir un pasaje de cualquier obra de Wagner es entrar, como en el cuento de WangFô de Marguerite Yourcenar en un fragmento vivo que nos conecta a otro espacio sutil.

Hoy en su aniversario de nacimiento, un 22 de mayo de 1813, es un buen pretexto para trascribir un fragmento de la carta que Charles Baudelaire le escribió a Wagner en un maravilloso puente entre dos titanes:

«Por todas partes hay algo de arrebatado y de arrebatador, algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y de superlativo. Por ejemplo, y sirviéndome de un símil tomado de la pintura, supongo ante mis ojos una vasta extensión de un rojo sombrío. Si este rojo representa la pasión, veo a ésta acercarse gradualmente a través de todas las transiciones del rojo y el rosa hasta la incandescencia de la hoguera. Se diría que es difícil, imposible incluso convertirse en algo más ardiente y, sin embargo, una última onda viene a trazar un surco más blanco aún sobre el blanco que le sirve de fondo. Si usted me lo concede, el grito supremo del alma elevada a su paroxismo. Había empezado a escribir unas meditaciones sobre los fragmentos de Tannhäuser y Lohengrin que escuchamos, más hube de reconocer la imposibilidad de decirlo todo»…

Charles Baudelaire 1860
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