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Estamos acorralados por los malnacidos

por | Feb 24, 2022

Por supuesto que no basta con nuestra buena o mala o mediana suerte en este mundo en llamas, en este infierno cotidiano. Claro que no basta cuando estamos rodeados de tanto malparido. Y enferma ver a los políticos prometiendo bienestar, fingiendo ante las tragedias, enviando mensajes falsos desde su tribuna internacional.

Enferma ver sus sonrisas optimistas, mientras las bombas fragmentan la tranquilidad, mientras los misiles agujerean nuestras esperanzas. Estamos rodeados de malparidos, en Europa oriental, en nuestro continente, incluso en este país que sigue sumando muertos y desaparecidos. 

No, no hay forma de estar tranquilos cuando en este país matan a los jóvenes por la espalda, cuando acribillan a periodistas a plena luz del día, si secuestran a cualquier hora, si nos estafan de distintos modos. No, no hay discursos ni promesas que oculten la violencia. No, no hay absolutamente nada que me haga olvidar que en este país la gente buena siempre termina sufriendo, llorando a sus muertos, maldiciendo la desgracia de tanta injusticia y tanto atropello. 

No hay manera de permanecer impávido cuando hay bombardeos en Ucrania y todos son solidarios con sus plegarias a través de Twitter, mientras en nuestro país los índices de violencia no parecen encender las alarmas.

Todo eso y mucho más acontece en este mundo en vilo. “Somos aves en cautiverio, atadas al suelo./ Somos cuervos sin malicia en la mirada./ Somos palomas mensajeras sin el entrenamiento adecuado./ Somos pájaros con las alas recortadas,/ aves sin cielos despejados”,  bien escribe Dante Guerra sobre la manera en que boicotean nuestros sueños. 

Somos presa fácil de los malparidos, de los ambiciosos, de los que trafican con nuestras esperanzas, de los que comercian con armas, mientras nosotros apenas nos quedamos mirando al cielo. No basta con que tu vida sea complicada. No basta con los salarios de mierda, la amargura de tus padres, el rencor de tus hijos, los asaltos en el microbús. No basta con la inflación, el esposo borracho, la mujer frustrada, los intereses de la tarjeta de crédito, el recibo del teléfono, la tristeza en la mirada de un niño, los hacinamientos en el Metro, la ciudad y su mal aliento. No, en verdad que no basta con las chingaderas de los políticos, ni las mentiras disfrazadas. 

No, no basta con quedarse de brazos cruzados. No, nunca es suficiente mala suerte si te da lo mismo quién gane en las próximas elecciones. Y para los políticos en el poder nunca serán suficientes las formas en que nos han explotado. Están acostumbrados a vernos y tratarnos como aves en cautiverio. Y nos han dado alpiste a cambio. Los malnacidos nos han tomado la medida, saben cómo comprarte, tienen los trucos para seguir en el poder mientras tú vendes tu voto por un placebo o un puñado de alpiste. Estamos rodeados de malnacidos, nos acechan por todos lados. Es triste y trágico, pero así es.

En verdad que estamos rodeados de malparidos: políticos corruptos, el ladrón de celulares, sicarios de mirada turbia, defraudadores de cuello blanco, sacerdotes pederastas, gobernantes cínicos, ex presidentes siniestros, amantes de lo ajeno, delincuentes organizados y desorganizados, el violador de sus propios hijos, el líder sindical que se ha reelegido, aquella narcomenudista o ese culero que atraca al cuentahabiente y el maldito que dispara a quemarropa. El psicópata que aprieta el botón rojo. 

Una multitud de malnacidos que van por la vida como si nada. Están matando periodistas, hombres y mujeres. Están asesinando personas inocentes, niñas y ancianos, desde el narco y el poder, desde la penumbra o desde la tribuna. 

Es una historia de siempre, es un cáncer frecuente. Están bombardeando las esperanzas del país, del mundo. Son tiempos crueles para la humanidad. Políticos que no han aprendido la lección de humildad que nos dejó la pandemia. No hay, ni habrá antídoto o vacuna contra la estupidez del hombre con poder. Suenan alarmas antiaéreas. Suenan sirenas que anuncian días turbios, infiernos cotidianos, tierra quemada, sangre de inocentes que seguirán cayendo como aves desorientadas.

Ya lo dicen Fito y sus Fitipaldis: «Hay días que parece que nunca se va a apagar el sol./  Y otros son más tristes que una despedida en la estación./ Es igual que nuestra vida, que cuando todo va bien,/ un día doblas una esquina y te doblas tú también…/  Yo he crecido cerca de las vías y por eso sé,/ que la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren./ ¿Quieres ver el mundo? Mira, está debajo de tus pies./ Con el paso de los años nada es como yo soñé». 

Y es verdad, el mundo está debajo de tus pies. Y arde, agobia, es tierra quemada de un mundo, de un país en llamas. Duele como un carajo porque las cosas están de la chingada. Es triste pero es cierto. Hay días que son más tristes que una despedida en la estación. Hay días que estamos más a merced de los malnacidos que bombardean la esperanza.

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