La poesía de María Antonia García se manifiesta como un grito soterrado, una expresión angustiada que clama por la libertad del ser. En sus versos, se percibe la voz de una mujer que cuestiona su propio destino y se enfrenta a la realidad de haber cambiado su esencia por la aceptación de una sociedad obscena. Este grito interior refleja la lucha por encontrar el verdadero yo, aquel que descansa en la libertad y la autenticidad.
El lenguaje del poema en su libro Casa de Fieras se despliega como una espiral, una vía que conduce hacia una transformación profunda y significativa. Esta espiral se entiende como un camino hacia un lienzo en blanco, una mudanza hacia un estado de ser más elevado, incluso el paraíso. A través del lenguaje, su poética describe este proceso de transformación, que trasciende el mero simbolismo lingüístico para alcanzar niveles más profundos de realidad y humanismo.
En esta filosofía poética de síntesis, lo poético como una existencia apartada se supera para sumergirse en la unidad más amplia del ser y sus múltiples facetas. La poesía se convierte así en una experiencia vital, una vivencia que trasciende las jerarquías convencionales y se fusiona con la esencia misma de la existencia. Dentro de esta perspectiva, el tratamiento romántico de lo otro, ya sea lo femenino o la naturaleza, se percibe como una variante de lo mismo, una expresión de la unidad fundamental que subyace en toda creación poética.
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El empleo del juego de contrarios y otras técnicas retóricas en la poesía de María Antonia García va más allá de simples recursos estilísticos. Estas estrategias son vehículos de una subversión radical que desestabiliza los valores establecidos y dominantes de su época. En un acto de desafío tanto como de sarcasmo hacia la censura, ella utiliza la inversión, la sustitución, el desplazamiento y la relativización para socavar las normas y restricciones impuestas, evoca una atmósfera urbana llena de energía y movimiento, donde la pasión y el deseo están en constante ebullición. Las citas galantes y el juego de Eros dan vida a las calles y los bares, mientras la ciudad bulle con actividad y comercio humano.
El aire mismo parece impregnado de un sentido de maravilla, pero a su vez, la superficialidad y la banalidad de las conversaciones cotidianas contrastan con esta atmósfera cargada de energía. Los automóviles congestionan las calles, simbolizando la prisa y el frenesí de la vida moderna. Sin embargo, en medio de este caos, surge la belleza de la reunión humana: un río de personas que fluyen juntas en un torrente de alegría y vitalidad. Las altas torres y las luces de la ciudad crean un paisaje urbano impresionante, mientras que la noche despierta la pasión y el deseo.
En este escenario, Eros se libera de sus ataduras y la experiencia del deseo alcanza su punto álgido. La ciudad se convierte en un escenario salvaje, donde las emociones y los impulsos humanos son liberados. Sin embargo, en medio de esta liberación, también se vislumbra la vulnerabilidad de la mujer, expuesta como presa en este juego de pasión y deseo.
A través de la forma artífice del lenguaje, mediante operaciones como la sustitución y la proliferación de significados, la poesía de García logra atesorar temas prohibidos en el nivel superficial del texto, mientras que estos siguen condicionando el proceso de significación en niveles más profundos. Esta técnica permite una especie de ocultamiento en plena vista, desafiando las convenciones y el control impuesto sobre la expresión artística
Entre líneas, la poesía de María Antonia García no solo es un ejercicio estilístico, sino un acto de resistencia y subversión que busca trastocar las normas y valores aceptados, desafiando así las estructuras de poder y control de su época, utilizando lo poético como una presencia distante para anegarse en el componente más amplio del ser y sus múltiples facetas.
