En el rincón de los recuerdos de María Zambrano, un limonero luminoso se alza como el símbolo de la primera infancia, un faro que guía su mirada a lo largo de toda una vida. Este árbol, cargado de resonancias simbólicas, se convierte en el catalizador de su «razón poética», un proyecto de pensamiento arraigado en la conexión profunda entre la luz, el lugar y la elevación del espíritu.
María Zambrano, desde Madrid hasta Segovia, tejía su visión única del mundo. No era solo la luz que caía sobre los objetos, sino la luz que emana del propio lugar, una luminosidad que eleva tanto el entorno como a quienes lo habitan. Este ascenso, esta elevación hacia la luz, se convierte en un acto de transcendencia, una búsqueda constante de la verdad y la belleza que impregnan cada rincón de la existencia.
¿Qué es, entonces, la «razón poética» que María Zambrano abrazó con tanta pasión? Es un rechazo audaz a la limitación de una razón violenta, una razón que, con sus restricciones, excluye la creatividad y los sentimientos. Es el antídoto contra una lógica temerosa de la felicidad y ajena a la piedad. La «razón poética» es un abrazo a la integralidad del ser humano, una aceptación de la complejidad que yace en la intersección de la razón y la emoción.
En este limonero luminoso, Zambrano halló el poder de la contemplación, la capacidad de elevarse por encima de las limitaciones impuestas por una visión estrecha del mundo. Su mirada, forjada en la infancia y nutrida en Segovia, trascendió los límites de la razón convencional, abrazando la creatividad, el sentimiento y la búsqueda incesante de la luz interior. Así, al recordar el limonero luminoso de María Zambrano, recordamos no solo a una filósofa brillante, sino a una exploradora intrépida de las dimensiones más ricas y complejas de la existencia humana. En su «razón poética», encontramos un recordatorio de la importancia de abrazar la plenitud de nuestra humanidad, trascendiendo las limitaciones autoimpuestas y elevándonos hacia la luz que emana de lo más profundo de nuestro ser. En cada hoja de ese limonero, en cada rayo de luz, reside la invitación a elevarnos y volar hacia nuevos horizontes de entendimiento y compasión.
