Un muro de metal alrededor de la sede del gobierno –de un gobierno que dice emerger del pueblo y mantenerse cercano a él– da un inconfundible mensaje a sus gobernad@s: es el establecimiento de una barrera entre las demandas de ést@s y la apertura de quien detenta el poder. Todo intento de justificar un muro en nombre del cuidado del patrimonio cultural tangible no hace más que recrudecer la herida, por no decir que es amargamente ridículo.
Las manifestaciones en conmemoración del Día Internacional de la Mujer ponen en entredicho la legitimidad que el populismo se empecina en defender bajo la argucia de que toda corrupción proviene de afuera de esa unidad última englobada bajo el concepto de pueblo. En efecto, lo que define al populismo es la idea de que el mal proviene de un intruso ajeno a un colectivo homogéneo que es desestabilizado. En el populismo no hay lugar para la auténtica diversidad y sus antagonismos; toda disidencia al régimen populista es, por definición, un elemento ajeno que hay que erradicar o, al menos neutralizar. En el discurso populista hay una división entre el “nosotros” y “ellos; entre quienes detentan el poder y quienes lo disputan. Ese elemento intrusivo puede ser el migrante, el extranjero, el adinerado y –ahora lo vemos– ¡las mujeres que exigen JUSTICIA! No sorprende, por tanto, que ahora la lucha feminista quiera ser confundida como producto de “los conservadores”.
¿Cómo saber qué posición es la legítima frente a la otra? En política primero tomo una postura, y después llegan las razones que revisten mi decisión. Cuando busco razones para justificar mi decisión, lo que queda oculto es que la propia decisión descansa en un vacío, en un mero acto por el cual me inclino por una postura y no por otra. Todo lo demás no es más que la racionalización de esa decisión ex nihilo. Visto desde aquí, sólo podré determinar la legitimidad frente al discurso populista si decido colocarme del lado de lo que considero justo: si en lo más profundo de mi ser la lucha de las mujeres carece de validez ética, no representará ésta ninguna causa justa; pero si, como es el caso, reconozco que hay millones de historias de atropellos, abusos, vejaciones, violaciones y marginación a la mujer, el discurso populista que tilda de conservadora a la lucha del #8M no puede sino derrumbarse.
El 8 de marzo de 2021 ha marcado un hito en nuestra historia contemporánea. Ha llevado al límite al discurso populista poniendo en evidencia su impotencia para incorporar causas justas que han sido –y lo siguen siendo– reprimidas por siglos. Al tildar de conservadora a la lucha por la justicia y plantarle un muro de metal, el populismo demuestra que su concepto de pueblo es chato, ciego y que en el fondo sólo significa lo que él quiere que signifique, con lo cual deja a priori fuera cualquier tipo de antagonismo.
Una lección de esto es que hay que buscar la justicia en otro lado, y no entre quienes dicen emerger del pueblo y mantenerse cercano a él. Habrá que emprender nuevos caminos de lucha, y si hay una convicción auténtica no habrá discurso maniqueo que logre (una vez más) engañarnos.
