Casimiro escuchaba hablar sobre la tierra prometida.


Ahí en donde había trabajo, en donde la comida sabía mas buena, en donde se vivía bien y no había lágrimas, en donde los sueños se realizaban. Así fue como salió en busca de esa promesa.


Al salir desprendió sus raíces con dolor y observó el camino con esperanza.


Casimiro llegó a la tierra prometida y encontró trabajo, sudor y cansancio; soledad en una tierra extraña; encontró que la comida no era más sabrosa pero la tierra era buena.


Entonces un mal día Casimiro enfermó; nadie le advirtió de la epidemia del migrante y la enfermedad de la nostalgia se le fue enredando hasta partirle el corazón en dos. Todo se volvió confuso, con la confusión de quien vive en casa ajena, tan ajena como el lugar que dejó y al cual ya tampoco pertenece.


Así fue como Casimiro encontró lo que quería pero perdió lo que tenía.


Casimiro emigro hace miles de años o tal vez apenas hace unas horas. Arrancó sus raíces huyendo de la guerra o del hambre; tal vez fue desterrado o simplemente iba en busca de una vida mejor.


Y así han ido y siguen yendo por el mundo millones de Casimiros, con el corazón partido y la identidad confundida en esta historia sin fin.